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Quiero, aunque no quiero querer a quien no queriendo quiero. He querido sin querer y estoy sin querer queriendo, como quieres que te quiera si el que quiero que me quiera no me quiere como quiero que me quiera.
R con R Guitarra. R con R Carril. Qué rápido ruedan las ruedas del ferrocarril.
A Cuesta le cuesta
subir la cuesta,
y en medio de la cuesta,
va y se acuesta.
Abrí cajones y cogí cordones,
cordones cogí y cajones abrí.
Si yo como como como,
y tú comes como comes.
¿Cómo comes como como?
Si yo como como como.
"Un trabalengüista muy trabalenguoso
creó un trabalenguas muy trabalenguado
que ni el mejor destrabalengüista
podría destrabalenguar".
"Si la bruja desbruja al brujo
y el brujo a la bruja desbruja,
ni el brujo queda desbrujado,
ni el brujo desbruja a la bruja".
"El cielo está contaminado,
¿quién lo descontaminará?
El descontaminador que lo descontamine,
buen descontaminador será.
El descontaminador puede descontaminar
el clima contaminado,
pero es mejor si nadie contaminara,
y el descontaminador
no descontaminara nada.".
"Cuando cuentes un cuento y no te salgan las cuentas de los cuentos que llevas contados, es que no te das cuenta del tiempo que andas contando cuentos sin contar el tiempo que cuentas de cuenta cuentos".
"Pepe Pecas pica papas con un pico,
con un pico pica papas Pepe Pecas.
Si Pepe Pecas pica papas con un pico,
¿dónde está el pico con que Pepe Pecas pica papas?".
"Ornitorrinco, ornitorrinco,
atrévete y pega un brinco".
Una buena mañana, el granjero Celestino decidió ordeñar a la vaca Margarita antes que a las demás… Era su preferida: tenía unos grandes ojos dulces y un bonito pelaje negro y blanco. Pero lo mejor de todo era su cremosa leche: era la mejor de la región.
Era verano y las vacas habían dormido en el prado. Celestino fue con su cubo y su taburete para ordeñar a Margarita. Como siempre, se sentó en el pequeño taburete, agarró las ubres de la vaca y empezó a apretar. Sin embargo, no pasó nada. Pensó que tenía que intentarlo de nuevo, pero ¡Margarita no daba más leche! Celestino, horrorizado, corrió a ver a su mujer, Celestina:
-¡Margarita no da más leche! Estoy desesperado –dijo.
Los dos volvieron al prado para ver a Margarita. Ella también parecía triste. La granjera miró a la vaca y luego observó el prado que le rodeaba.
-Pero ¿por qué no da más leche? –se preguntó mientras se rascaba la cabeza -. El aire es fresco, el sol ha salido y esta hierba verde tan buena es de las más apetecibles…
-¡Vaya que si es apetecible! –respondió Celestino -. ¡La segué ayer para tener un buen heno este invierno! ¡Es la mejor hierba de la región!
-¡Ya está, ya lo entiendo! –exclamó Celestina. Cuando ayer segaste la hierba, cortaste también las flores, y Margarita está triste porque no puede comer las sabrosas flores que tanto les gustan.
-¡Claro! ¡Tienes razón! –dijo Celestino. Entonces se fue inmediatamente a recoger un ramo de flores al campo de al lado para ofrecérselo a Margarita como desayuno. Acarició a la vaca, que le lanzó un enorme “muu…” de agradecimiento.
La golosa y coqueta Margarita tenía un secreto: si su leche era tan buena, era porque estaba perfumada con las flores del prado.
Y ese día le ofreció a Celestino la más blanca y cremosa de las leches.
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